Comentario
Algunas partes de la América española tienen procesos un tanto diferentes pues o bien no se independizan de España sino de otros países, o lo hacen con considerable retraso, o sólo para caer en nuevas dependencias. Son los casos de Uruguay, Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico.
En Uruguay -la antigua Banda Oriental, zona tradicionalmente disputada por portugueses y españoles- se había producido en 1816 una invasión desde Brasil, que el caudillo gaucho José Gervasio Artigas intentó combatir sin éxito. La provincia quedó anexionada a Brasil y en 1825 Juan Antonio Lavalleja, con un grupo de patriotas conocidos como los 33 orientales, inició una rebelión que será apoyada por Buenos Aires. La intervención de Inglaterra, interesada en mantener la estabilidad en la región por motivos comerciales, forzó en 1828 la firma de un tratado de paz que supuso el nacimiento de Uruguay como país independiente.
Santo Domingo -la isla Española, la primera región americana que tuvo audiencia, universidad, obispado- constituye un caso realmente especial y hasta conmovedor. Cedida por España a Francia en 1795, es invadida por los haitianos en 1801 y 1805, tiene su propia guerra de independencia contra los franceses en 1808-1809; se reincorpora entonces a la monarquía española, es de nuevo invadida y anexionada por Haití en 1822; recupera por segunda vez su independencia en 1844 y años después -confiando en mejorar su crítica situación económica- solicita su reincorporación a España, que la acepta en 1861 pero apenas hace nada para fomentar el país; comienza pronto una sublevación antiespañola; España abandona Santo Domingo en 1865. Nace entonces la República Dominicana, ya definitivamente independiente.
Muy distinto es el caso de Cuba, la perla del Caribe, que en el último tercio del XIX pierde sus dos guerras emancipadoras y pierde también la guerra del azúcar (su principal producto de exportación), al ser eliminada de los mercados europeos por la política proteccionista en favor del azúcar de remolacha. Estados Unidos se convierte en el principal y casi único mercado para Cuba: en 1894 absorbe el 91,5 por ciento de las exportaciones totales de azúcar cubano.
Por eso en Cuba confluyen dos procesos: la lucha de los cubanos por su independencia y el interés de los Estados Unidos por su adquisición, que se refleja en numerosas propuestas de compra a España hechas entre 1812 y 1897. El expansionismo norteamericano no era, desde luego, ninguna sorpresa; en 1783, apenas producida la independencia de Estados Unidos, el conde de Aranda ya recelaba de "la nueva potencia formada en un país donde no hay otra que pueda contener sus proyectos, y vaticinaba que mañana será gigante y después un coloso irresistible en aquellas regiones".
La primera gran guerra independentista cubana, llamada de los Diez Años o de Yara, comenzó en 1868 dirigida por Carlos Manuel de Céspedes y terminó en 1878 (Paz de Zanjón). La segunda, cuidadosamente preparada por José Martí, comenzó en 1895 y acabó en 1898 cuando la explosión, todavía no bien aclarada, del acorazado Maine en La Habana desencadenó la intervención de los Estados Unidos, que irrumpen como potencia imperialista poniendo fin al colonialismo español. La brevísima guerra hispano-norteamericana terminó con la firma del tratado de París (10 de diciembre de 1898) por el que España renunciaba a su soberanía sobre Cuba y entregaba Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en el archipiélago de las Marianas) a Estados Unidos. Tras unos años de ocupación militar norteamericana en 1902 se proclama oficialmente la independencia de Cuba.
En cuanto a Puerto Rico, su evolución en el XIX es similar a la de Cuba, con un mismo esquema general de dependencia, aunque menor nivel de desarrollo. En 1868 empieza en Puerto Rico una guerra independentista que, en lugar de diez años como la cubana, apenas dura un mes. Cuando José Martí funda el Partido Revolucionario Cubano (1892), declara que su objetivo es lograr la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. Pero en 1895 la guerra sólo estalló en Cuba, y ahí radica una de las claves del diferente tratamiento que cada isla recibió en el Tratado de París: independencia nominal para Cuba, anexión a los Estados Unidos en el caso de Puerto Rico, la única parte de Nuestra América que todavía no es independiente.